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La búsqueda de la felicidad ha sido y es una búsqueda que es moderna, actual. Durante la mayor parte de su historia, la humanidad ha batallado con la incertidumbre y la preocupación por sobrevivir. La vida era corta, dura, difícil, y estaba cargada de peligros en asedio constante contra la vida y la subsistencia.
Puede afirmarse, no sin mucho margen de error, que luego de tres revoluciones vividas por la Humanidad –agrícola, industrial y la más reciente, tecnológica-, la mayor parte de los seres humanos que habitan en el planeta, ha resuelto, cuanto menos –y salvo honrosas excepciones- la posibilidad de sobrevivir el día, transitarlo y perdurar hasta el día siguiente.
Hoy, ese mismo grupo humano que no está obligado a lidiar con su propia supervivencia, tiene o alcanzó aquello que quiere. Sin embargo, tener lo que quieren, no necesariamente los hace felices. Al menos, no durante todo el tiempo.
Nos interpela entonces la pregunta que desvela a todos los científicos, filósofos y pensadores: ¿qué es lo que nos hace felices? ¿cómo es posible que, aun teniendo las cosas que queríamos o deseábamos, no somos felices?
Un posible indicio puede ser que deseamos las cosas equivocadas y ello puede atribuirse, por ejemplo, a los errores que comete nuestra mente. Pero, ¿por qué se equivoca la mente? Porque en su evolución, la mente ha desarrollado un sistema operativo que podríamos llamar el “simulador de vida”. A diferencia de nuestros ancestros, nuestro cerebro se ha desarrollado de forma tal que puede simular una situación antes de que la vivamos. Sin embargo, existe data científica que demuestra que el simulador mental que tenemos tiene una tendencia a cometer errores, conocido como el “sesgo de impacto”, es decir que todo lo que nos ocurre, en realidad, tiene un impacto mucho menor que aquél que le atribuimos en nuestra simulación mental.
Otro indicio, más simple de comprender, es la abrumadora cantidad de información devenida con la revolución tecnológica que abrió una caja de dimensiones infinitas. Esto, necesariamente, se tradujo en el incremento de interacciones con la vida de los otros y la adición de oportunidades de comparación: socialmente estamos influenciados por el deseo de cosas que no necesariamente son aquellas que nos harán felices, sino cosas que hacen felices a otros.
Todos perseguimos la felicidad y damos pasos hacia aquellos que deseamos. Lo que ocurre es que no todos buscamos lo mismo. De allí la importancia de no mirar todo lo que no podemos hacer, en tanto sí, en aquello que podemos.
Para ello, podemos adoptar pequeños hábitos diarios que nos ayuden a reemplazar la ilusión de la comparación, por acciones que nos acerquen, paso a paso, al final de cada día con la sensación de haber sido lo suficientemente valientes como para haberlo transitado.
También es saludable mantener el foco en proyectos que nos llenen de entusiasmo, no tienen que ser proyectos enormes, pueden ser pequeños pasos que, finalmente, nos depositen en la puerta de entrada del sueño que en definitiva perseguimos.
Saborear cada instante con profunda gratitud, haciendo sagrado lo cotidiano. Acumular experiencias antes que cosas. Rodearnos de gente que sabe y entiende, que se devora las novedades con el desayuno de cada mañana
La vida nos ha llamado a detenernos, para conocernos, observarnos, mirar hacia adentro en lugar de pasar tanto de nuestro valioso tiempo comparando hacia afuera.
Tanto nuestros anhelos como nuestras preocupaciones son hasta cierto punto exagerados porque tenemos dentro de nosotros la capacidad de fabricar la misma mercancía que perseguimos constantemente cuando elegimos vivenciar antes que acumular.
Autora: Verónica Martinez Castro
IG: @veromartinezcastro
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