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Agradezco al universo por haberme puesto en este sitio extraordinario. Me dieron a manejar el paraíso”, dice orgullosa Graciela Barreiro, ingeniera agrónoma y gerente operativa del Jardín Botánico de Buenos Aires Carlos Thays, desde su oficina ubicada en el primer piso de la casona de estilo inglés que, a fines del siglo XIX, supo albergar al creador del lugar y de numerosos parques, plazas y jardines del país.

Heredera de la “mano verde” de su padre, Graciela asegura que de joven ni siquiera estaba en sus planes estudiar Agronomía, pero que apenas la idea se cruzó por su cabeza, ya no pudo escapar jamás de un destino que hoy la encuentra en pleno barrio de Palermo rodeada de lo más bellos ejemplares de árboles y flores.

“Nací en Avellaneda (provincia de Buenos Aires), nunca viví en el campo ni tengo parientes relacionados con esta carrera, pero me enamoré de las plantas y no me arrepiento porque es una profesión asombrosa”, define.

Ese camino que recorrió incluye estudios universitarios (se recibió de Ingeniera Agrónoma en la UBA e hizo una máster en Gestión Ambiental en la UNSAM ), haber sido dueña de dos viveros, editora durante más de diez años de la revista Desde los jardines –pionera del rubro, con distribución en todo el país, Uruguay y Paraguay-, columnista en radio, autora del libro Los árboles de la Ciudad de Buenos Aires y haber llegado por primera vez a un cargo público en el año 2000 con Aníbal Ibarra como Jefe de Gobierno.

“Me ofrecieron la Dirección General de Espacios Verdes, el mismo puesto que tuvo Thays, pero no fue fácil y a los tres meses renuncié. Nunca me sentí discriminada por ser mujer, pero era dificultoso superar ciertas barreras burocráticas”, afirma.

Luego de dejar vacante su lugar, le solicitaron que se quedara en otro cargo y ella pidió cuidar las especies del Jardín Botánico. “Estuve seis meses como coordinadora, pero hubo un cambio de autoridades y también se volvió imposible trabajar, así que a fines de 2002 me fui jurando no regresar, salvo que llamaran a concurso público”, rememora.

Nuevos aires
Cuando el Jardín Botánico de Buenos Aires fue inaugurado en 1898 el mundo se maravilló por la grandeza y variedad de su vegetación. Sin embargo, su actual directora revela que hubo un mal diseño original: “En el afán de querer mostrar la mayor cantidad de ejemplares posibles, se plantó tanto que sólo sobrevivieron los árboles más fuertes.

Por eso, 120 años después y tras décadas de abandono, del plan inicial nos quedó un hermoso arboreto, que en 2017 fue certificado a nivel internacional”.

Actualmente, de la mano de Graciela y su equipo (formado por casi 60 especialistas en botánica), el jardín está recuperando su esplendor y su objetivo principal de conservar especies vegetales en una colección viva.

“Cuando volví en 2009 y luego de haber sido elegida por concurso, este lugar era como una gran plaza de ocho hectáreas. No había ningún tipo de trabajo científico, no tenía relación con el mundo, ni se sabía que plantas albergaba, de dónde habían venido y porqué estaban aquí. A lo largo de los años su memoria se fue perdiendo porque no se respetaron los archivos”, se lamenta.

Después de criar a tres niños que no siguieron sus pasos profesionales pero que heredaron su pasión color verde, Graciela se propuso lo mismo con respecto a las plantas: ayudarlas a crecer y encontrar su lugar.

Por eso, los primeros cuatro años de su gestión fueron de tareas bajo tierra, fertilizando y regando. “Este arduo trabajo se fue manifestando arriba y hoy se ven los resultados, con 6500 plantas al aire libre y 2700 en los invernaderos”.

Por otro lado, en 2010 se empezó a construir una base de datos científica que permitió identificar a casi todas las especies y se reanudaron las relaciones internacionales.

“En 2014 recibimos el primer subsidio de la Red Global de Jardines Botánicos que nos posibilitó desarrollar un proyecto de conservación de especies medicinales argentinas.

Viajamos a Tucumán, Salta, Entre Ríos, Misiones y Córdoba. Trajimos el material, lo cultivamos y obtuvimos más de 500 plantas nuevas que incorporamos a nuestra colección, que brindamos a los jardines botánicos del país y, en el caso de Misiones, regresamos a su hábitat”, cuenta satisfecha la directora.

Custodio del reino vegetal
Acompañada por el infaltable mate, una vista privilegiada enmarcada por los ventanales y el canto de los pájaros, Graciela sabe que el jardín que dirige es considerado un gran espacio de recreación.

De todos modos, ella busca resaltar su importancia como sitio de investigación científica, educación y conservación: “Su razón de ser es atesorar la flora autóctona, y para eso trabajamos a diario.

En cuanto a las especies en vías de extinción, llegan de diferentes partes de Argentina y aquí se las cuida, se las propaga y se guarda material.

Hacemos nuestra tarea con mucha libertad pero, al haber sido declarado monumento nacional, cuando queremos poner en marcha ciertas obras, como un nuevo laboratorio, tenemos limitaciones”, señala, demostrando que no todas son rosas en su jardín.

Por otra parte, la directora explica que el papel de los espacios botánicos se torna cada vez más significativo frente al cambio climático: “Al no poder evitarlo, hay que acompañarlo y moderar sus consecuencias.

Con los aumentos de temperatura que se van a dar entre 2050 y 2100, los ejemplares del trópico sólo van a sobrevivir en invernaderos con refrigeración. Los jardines botánicos son custodios de unas cien mil especies de las cuatrocientas mil que existen en el mundo”, informa.

Tras casi 10 años de labor incansable y metas conseguidas, en uno de sus paseos diarios por el invernáculo, Graciela cuenta que se acercan dos grandes desafíos, un proyecto de recuperación de flora nativa del Delta del Paraná – que se llevará a cabo con un nuevo subsidio de la Red Global de Jardines Botánicos-, y el Congreso Mundial de Educación en Jardines Botánicos, que se hará en Buenos Aires en marzo de 2022 y en el que ya se encuentra trabajando.

Sin embargo, su mayor tarea consiste en seguir mentalizando a jóvenes y adultos sobre la importancia de la vegetación: “Podemos hacer muchas cosas por los humanos y por los animales, pero si no hacemos algo por las plantas esos reinos van a desaparecer. Ellas son sinónimo de vida”, concluye.
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